Cada día que pasa da más pereza utilizar Facebook

El otro día tardé un rato en encontrar una categoría en la cual pudiese encuadrar un evento como el de nuestros queridos y mensuales N’Clave de Po(esía).

Pues está claro que algo tan sencillo como «cultura», o «lectura» o, para pedir más, «poesía» no iba a estar entre las posibles para elegir. Hube de clasificar el evento como de Artes Visuales, aunque en realidad tiene poco de visual.

Pero además de pasar por ese pequeño cementerio de elefantes en que esta red social se está convirtiendo, me encuentro con lindezas como un mensaje que me dice que «soy una perra hambrienta…» y no sé si reír o si llorar.

Obviamente, sé que es el SPAM y no me preocupo más de lo necesario, pero es terrible que exista este lenguaje y que la red social censure otras tonterías similares. Ay… qué pereza es esto de utilizar redes sociales. ¿Me estaré haciendo a-social?

¿Puede un poeta escribir sobre Ana Rosa?

No soy un experto en «celebritys» ni en el mundo de la farándula televisiva, pero creo recordar que hay un programa llamado «El programa de Ana Rosa», que es conducido por una tal Ana Rosa Quintana (me niego a buscar estas cosas en Internet, así que asumo que estaré en lo cierto).

Hoy, mientras desayunaba con mi amigo, propietario de la librería que más me gusta de Madrid, MenosDiez, me he encontrado mirando esta pared que sostenía algunas de las lecturas menos apasionantes que conozco, pero me ha sorprendido su titular:

ANA ROSA, su día a día antes de su …

y me ha dado por acordarme de otro amigo, mi muy querido Adolfo Álvarez, que trabaja al otro lado de estas cosas que, habitualmente, me espantan. Él me invitó hace décadas a una mesa redonda sobre la trascendencia en el sector de una producción como Gran Hermano, a la que acudí en calidad de poeta y tras la que escribí un artículo titulado «Los verdaderos protagonistas del Gran Hermano».

Lo que me ha sorprendido de este titular es pensar que Ana Rosa, que habitualmente está explotando la información similar a la que invita a leer el Diez Minutos, es el objeto explotado. Su vida expuesta (seguramente con su propia aquiescencia, por supuesto) pasa a ser el motivo y no el sujeto que expone la de otras personas, como esa tal I. Pantoja, que no creo que tenga un programa en el que ejercer de sujeto activo.

Mientras escribo esto pienso en Bertín Osborne, que pasa también de un lado al otro de un espejo que, quizá, solo yo creo que existe y hace tiempo que puede que no exista. ¿Es esto un cambio de paradigma en este tipo de, llamémosla, información?

Dejo aquí el texto que escribí a finales del año 2000, sí, hace la friolera de 22 años:

Los verdaderos protagonistas del Gran Hermano.

Muchos han seguido desde el primer día este producto televisivo que está llamado a ser un punto de inflexión en lo que se viene a denominar mass media. Otros, se han unido después motivados por las innumerables discusiones y polémicas suscitadas, incluyendo: análisis de mercados, estudio de cliente que, cada vez más, es usuario, enfocados desde distintos puntos de vista como lo psicológico, social, económico, cultural, etcétera.

Hace un par de semanas, fui invitado a uno de estos debates organizado por profesionales del sector y me llamaron la atención algunos de los puntos tratados.

Se habló de la tendencia a una televisión más interactiva, más bilateral, en la que la participación del espectador afecte más al resultado, al tiempo, evidentemente, que este muestra más información sobre su propia y privada personalidad. Hablándose de Internet y nuevas tecnologías, se examinaron temas como la disponibilidad en varios canales simultáneos y complementarios las 24 horas del día con lo que el consumo de este tipo de productos puede aumentarse al máximo.

A nadie se le escapa que, ante estos dos retos, una Internet redimensionada, global y omnipresente, verdaderamente portátil, basada en UMTS, resulta ser sin lugar a dudas, la solución. Estamos hablando de lo que se conoce actualmente con el nombre de telefonía de tercera generación.

Ahora bien, sumemos a estos dispositivos un GPS (sistemas eficientes para localización geográfica), un gestor de contenidos que permita una eficaz personalización de la información, una sectorización altamente detallada de la población y unas leyes orgánicas de protección de datos poco o nada divulgadas y de un hermetismo casi absoluto.

Todo este cóctel más o menos ininteligible es el sueño dorado, la panacea, de un buen profesional del marketing directo.

De otros usos que se puede hacer de esta hábil herramienta de control de usuarios-clientes-personas, mejor no hablar pero cualquiera puede imaginar lo que supondría la utilización por parte de un criminal de esta información.
A su vez, también resulta un arma muy firme en manos de un poder ejecutivo que ningún gobierno totalitario en el mundo hubiese codiciado tener a su alcance.

Por otro lado, hace ya tiempo que en las calles de Madrid existen cámaras rodando las 24 horas al día nuestro comportamiento y no sólo el del vándalo manifestante que se regodea destruyendo una farola. Se están aprobando leyes que permiten grabar y analizar el contenido de todas nuestras comunicaciones, tanto de voz como de datos y no sólo los accesos a web del pedófilo de turno.
Es conocido hasta por las películas de serie B que la telefonía celular permite de modo simple su intercepción por parte de terceras partes sin la aprobación ni conocimiento de los interlocutores. El FBI ya ha instalado su controvertido software Carnivore, creado explícitamente para inspeccionar nuestra correspondencia electrónica privada.

En resumen, no estoy hablando de una novela de Orwell, estamos siendo observados, localizados, todas nuestras comunicaciones son espiadas, son conocidos todos nuestros datos, gustos, tendencias políticas, religiosas, sexuales, culturales, somos, en definitiva, los verdaderos protagonistas del Gran Hermano, pero nadie nos ha preguntado si queríamos serlo, no está levantando debates de ningún tipo, los mass media no parecen considerarlo noticia, no nos van a pagar nada por ello y, sobre todo, esto no termina cuando termina una serie de televisión.

Dedicado a mi amigo
Adolfo Álvarez de Telecinco.

Giusseppe, M-20001127

Ahora tengo un móvil en el bolsillo que ha hecho que esta distopía que narraba en el artículo no sea sino una pequeña muestra de lo que llegó… y de lo que está por llegar ya prefiero no hablar.

Si la ignorancia es un grado

Si la ignorancia es un grado,
debo de estar llegando a mi punto de ebullición.

No sé, por otro lado, cuál es el punto de ebullición de un ser humano, aunque cuando lo pienso, como mezcla heterogénea que es, imagino que tendrá distintos puntos de ebullición que irán descomponiendo sus partes en gas de manera paulatina a medida que se incremente la temperatura.

Tampoco sé por qué me ha dado por pensar en esta frase y sus absurdas consecuencias.

¿Acaso estoy pensando en hacer hervir a alguien? ¿Siento que me hierve la sangre y, por extensión, yo mismo todo? ¿La ignorancia me posee?

Quizá me gusta el juego de palabras que surge al cambiar la acepción de «grado»:

grado Del lat. gradus. 1. m. Cada uno de los diversos estados o niveles que, en relación de menor a mayor, puede tener algo. Sufre quemaduras de primer grado. Concedieron al preso el tercer grado. 2. m. Valor o medida de algo que puede variar en intensidad. En sumo grado. En mayor o menor grado. 3. m. Cada una de las generaciones que marcan el parentesco entre las personas. 4. m. En la enseñanza, título que se alcanza al superar cada uno de los niveles de estudio. Grado de bachiller, de doctor. 5. m. En ciertas escuelas, cada una de las secciones en que sus alumnos se agrupan según su edad y el estado de sus conocimientos y educación. 6. m. Cada lugar de la escala en la jerarquía de una institución, especialmente en la militar. 7. m. jerarquía (? gradación). 8. m. Unidad de determinadas escalas de medida. Grado de dureza del agua. 9. m. grado de temperatura. 10. m. Unidad porcentual de alcohol que hay en una bebida. 11. m. peldaño. 12. m. Der. Cada una de las diferentes instancias que puede tener un pleito. En grado de apelación. 13. m. Geom. Cada una de las 360 partes iguales, a veces 400, en que puede dividirse una circunferencia, y que se emplea para medir los arcos de los ángulos. 14. m. Gram. Propiedad de algunos adjetivos y adverbios que les permite modificar la intensidad de la cualidad o la magnitud que expresan. 15. m. Mat. Número de orden que expresa el de factores de la misma especie que entran en un término o en una parte de él. 16. m. Mat. En una ecuación o en un polinomio, el del término en el que la variable tiene exponente mayor. 17. m. Ven. Acto académico en el que se otorga un título universitario.

¿Qué habría pasado si utilizo grado como término en el que la variable tiene exponente mayor? Es una verdadera incógnita, supongo. (Parafraseando a Henry Stanley)

Euroconector cuando no hay casi ni Europa

Intento vender de segunda mano (aunque sin usar que yo recuerde) un euroconector de 3 metros de longitud, que guardaba como oro en paño, por si algún día (que nunca ha llegado) lo necesitaba.

Me hace gracia pensar cómo puede llamarse euroconector, como si fuese algo que sirviese para conectar Europa, esta misma que acaba de debatirse entre fraccionarse definitivamente o seguir fraccionándose poco a poco, como hasta ahora.

En otro tiempo se hubiera llamado conector atómico, quizá. Puede que este nombre plausible vuelva a estar de moda como algo «deseable». ¡Qué triste!

El problema de las cookies

Mi amiga Carla Vigara, gran humorista del mundo mundial, en absoluto gilipollas a pesar de su insistencia, ha publicado el otro día este texto sobre las cookies en una red social:

Hoy, en «Los problemas del primer mundo», vengo a comentar mi indignación ante las famosas cookies. Esos textos que aparecen en sitios web y que están ahí para que dichos sitios registren información sobre ti, para venderte hasta a tu madre y que vuelvas repetidamente a estos mismos sitios.

Mi política de cookies había sido aceptar todo y a correr. Hasta hace poco. Que me dio por rechazar todo y a correr. O rechazar hasta donde me dejan rechazar, porque hay unas «cookies necesarias» que te las vas a comer sí o sí. Quizá por eso las llamaron «cookies». PORQUE TE LAS COMES.

Total. Que mi indignación viene de que, como en tantas otras cosas, utilizan la política del hastío, del hartazgo, de la desesperación. Porque tú rechazas. Y rechazas. Y esta no y esta tampoco. Todo no, menos las «necesarias». Pero si vuelves ahí, sorpresa: tienes que volver a rechazarlo todo otra vez. De una en una. Ninguno de estos sitios web guarda, pese a haberle dado a un botón que pone «guardar y cerrar» y pese a que estás accediendo desde el mismo dispositivo, tu configuración de «idos, por favor, a freír espárragos».

Curiosamente, sí guardan la configuración si lo aceptas todo. Te comes TODAS las cookies y engordas para morir cayendo en la manipulación, que es lo que harán con «el registro» de tu visita.

De momento me coge con ganas así que voy a seguir rechazando. Dijo ella, mientras publicaba en una red social.

A lo que un amigo le ha respondido cordialmente, con información bastante acertada:

Un sitio web no puede guardar que has rechazado las cookies si no se lo permites… No es una trampa. Es que no puede.

Mi amiga, que es mucho menos ignorante de lo que ella afirma, le pregunta o comenta lo siguiente:

Soy una ignorante en esta como en tantas otras cosas, pero si tú guardas la configuración de las que aceptas y las que rechazas porque hay un botón para ello, ¿qué es? ¿Guardar para este ratito y no preguntarte en dos minutos otra vez si no sales de aquí? No entiendo que exista este botón si no vas a guardar, efectivamente, las preferencias de cookies. Pero insisto. Ni pajolera idea.

No he podido por menos que lanzarme a responder hablándole de cómo funcionan las cookies, ese pequeño engendro del «demoño», con el que nos controlan, haciendo no veladas referencias a mi querida película de Amanece que no es poco, que tanto ella como yo veneramos:

Como dice tu amigo, para que un sitio web guarde tu decisión sobre las cookies o cualquier otra información, ha de usar cookies, pero como le has dicho que no guarde cookies, pues no puede guardar tu decisión sobre las cookies, así que te seguirá preguntando en un bucle divertido e infinito si quieres que guarde tu decisión sobre las cookies, pero la única forma que tiene de hacerte caso por siempre jamás es que aceptes las cookies, información que la web guardará en una cookie (en tu dispositivo, por otro lado, así que no lo guarda, lo guardas tú), pero por otro lado, el hecho de una web que te pregunte si quieres que guarde tu decisión sobre las cookies en realidad te dice que no tiene ni idea de qué hacer, lo que viene a significar que no tiene una cookie tuya (o suya) que le diga nada, o sea, que es la mejor señal de las posibles. Pero todo esto es mucho más divertido de lo que puedo llegar a explicar. ¿Acaso hay cookies de chocolate? ¿de jengibre? ¿Por qué las cookies se llaman cookies, es porque te las comes, como tú crees o es porque te las dan, a modo de «hostias» más o menos consagradas? ¿En qué idioma hablan las cookies? ¿Tienen pelo las cookies? ¿envejencen las cookies? ¿Les duele algo? El honor de las cookies, la pauta completa de cookies… ay… ¿Son las cookies las nuevas ingles? … [Por favor, déjame usar tu texto y mi respuesta para un viejo proyecto cuyo reinicio ha despertado]

Y ahora estoy deseando lanzarme a terminar ese proyecto de cookies, una aplicación web que ofrezca una y otra vez aceptar todas las cookies de todas las web del mundo mundial y que no pueda hacerlo, lo diga, pero insista, en un bucle infinito de aceptación de todas las cookies de las web del mundo mundial, en realidad, en un ejercicio de sumisión absoluta y absolutamente imposible.

Otro de esos proyectos absurdos de poesía programable que tanto me divierten.

No está permitido…

Aseos Públicos está corregido. Es un cartel que había puesto seguramente alguien del centro sanitario donde he fotografiado este pequeño detalle. Alguien, seguramente, infrapagado.

No esta (!!) permitido… Es un cartel que les envía la Comunidad de Madrid a todos los centros sanitarios.

Sí. La ortografía está suspensa en las administraciones públicas o publicas o publicás o, casi diría, impúdicas, por no decir púbicas.

13 haikus en la niebla

Hoy no hago nada.
El cerebro licuado
no tiene fuerzas.

Hoy no hago nada.
Me duele la cabeza
sin ser frecuente.

Hoy no hago nada.
Tan solo escribir haikus
sobre la nada.

Hoy no hago nada.
Esperar desenlaces
pasando el tiempo.

Hoy no hago nada.
Calentaré lentejas
recalentadas.

Hoy no hago nada.
Tengo clases más tarde
sobre la inercia.

Hoy no hago nada.
Cansado de las noches
y de la vida.

Hoy no hago nada.
No encuentro las palabras
para expresarme.

Hoy no hago nada.
Mi mente no es mi mente:
Es un ladrillo.

Hoy no hago nada.
Acabaré mañana:
procastinar.

Hoy no hago nada.
Salvo formas distintas
de no decir.

Hoy no hago nada.
Y se llena de todo
lo que no hago.

Hoy no hago nada.
Pero hallo trece haikus
entre la niebla.

¿Puedo escribir un poema mientras ayudo en una milonga?

La Práctica de Tango de Clave 53
me necesita
y me encanta
que me necesite.

Al fin y al cabo
cada día soy más insignificante
y menos necesario
para cualquier cosa.

Como otros domingos
ayer estuve
en la puerta de la práctica
y sirviendo té
como si no hubiese otra razón
para existir.

Escribo en pasado
pero está pasando ahora mismo.

Sirvo un té
y hablo de las bondades del jenjibre
e insisto en que es fresco
recién cortado
mezclado con tomillo
también fresco
con un par de semillas de cardamomo
con un par de clavos
de olor
con un trozo de canela
en rama
partida con las manos
para darle un sabor dulce
edulcorada con miel
de romero
para más datos.

Después de varias horas
apenas he sido capaz de escribir
una entrada de blog.

Es un poema indecente
que aparecerá mañana
en este diario diacrónico
en oposición a sincrónico.

Nada ocurre con absoluta
simultaneidad.

El futuro
ha dejado un espacio en blanco
detrás del verso del futuro.
Es un espacio en blanco inaprensible.
Nadie lo verá.
Nadie.

Soy nadie haciendo una nada siniestra.

El tiempo pasa.
El tiempo.

Yo quedo.
De momento.

Esto no es una broma