Paseo inesperado por el Campo del Moro

El domingo, de pura casualidad, nos hayamos caminando entre árboles frondosos y con una excasísima cantidad de gente alrededor en el centro mismo de Madrid.

Carmen y yo no conocíamos el famoso Campo del Moro, del que, por supuesto, había oído hablar, pero que no había pisado, no sé muy bien por qué. Quizá por la tirria que le tengo a todo lo monárquico, ya que se ubica exactamente detrás del Palacio Real, quizá por el miedo que le tengo a lo alergénico, a la naturaleza, así en general.

Nos sorprendió la posibilidad de dar estos paseos por caminos casi desérticos a las 12:30 del mediodía en una ciudad que cada día parece más atiborrada de humanidad.

Por no hablar de los sorprendentes pavos reales (muy apropiados en estos lares) o de los caminos serpenteantes de rocas incrustadas en la tierra, románticos paisajes más o menos laberínticos.

Pero quizá nos dejó un regusto amargo tanto edificio abandonado, tanto recurso olvidado por el Patrimonio Nacional, como si esa propiedad otrora real no pudiese usarse por el vulgo, el pueblo soberano.

Me habría encantado plantear la posibilidad de hacer un recital de poesía en El Chalecito de la Reina, levantado en estilo tirolés a finales del S XIX, o una minipresentación en el Chalet de Corcho, por no hablar de las posibilidades infinitas del Museo de Carruajes o, incluso, mucho más perturbador, el túnel cerrado de la Calle la Mate bajo el Paseo de la Virgen del Puerto.

Solo por curiosidad morbosa me dio por consultar el apartado de Cesión de Espacios (públicos) del Patrimonio Nacional en Madrid y encontré que los precios mínimos rondan los 1500€/hora para eventos privados. Aunque sean públicos los eventos… algo desagradable, pero esperable. Ni hablar de espacios que no están a disposición pública, como lo que yo me planteaba.

Me encantaron esos peldaños a los pies de este «Chalet de Corcho», irregulares, pedregosos, hechos con tanta arbitrariedad, con tanta ñoñería, que acaban resultando tiernos.

Recuerdos de Taramundi

Llegar a casa y recibir esta postal escrita con tanto cariño por unas personas de un pueblo en el que veraneamos desde hace tres años me hace especial ilusión porque me hace sentir que estamos haciendo algo bien al dejar huella, no solo en el paisaje, sino en la gente.

Personas que seguramente nunca le han escrito una carta a un turista de los incontables que visitan su bonito pueblo deciden escribirnos, poner un sello, lanzar esa botella de agua al océano que hoy en día es escribir postalmente.

Y nos llega.
Y nos llega.

Dos frases para dos acepciones diferentes de la palabra llegar.

Nos llega a casa.
Nos llega al corazón.

Llegamos y no acabamos de llegar:

Algo se nos ha quedado en los bosques de Taramundi, algo se nos ha enredado en sus cuestas inefables, algo se nos ha enganchado en las sonrisas de los parroquianos, algo se nos ha detenido en el reloj de la iglesia, algo…

Souvenir de Valencia

Este es el único souvenir que traje de Valencia hace casi 15 días, después de nuestro fin de semana allí, al terminar «haciendo tiempo» en una librería-cafetería preciosa y muy recomendable, a punto, eso sí, de ser tan hipster como parece que acabará siendo: Ubik Café.

Tengo muchas ganas de conocer la poesía de Louise Glück, muerta a los 80 años, en el 2023, y galardonada con el Nobel a los 77. Por lo que he ojeado, me va a gustar.

Un día atípico casi sin pisar Málaga

Llegué a Málaga en mitad de lo que denominé un día global y le propuse a Ester, que asiste online desde esa ciudad a los Talleres de Poesía y Escritura Creativa de Clave 53, que se tomase algo conmigo.

No pudo ser porque estaba trabajando (es médica de la Seguridad Social, así que siempre está trabajando). No sé si habría tenido mucho tiempo, porque mi vuelo desde Oslo se retrasó, en ese viaje que no paraba de proporcionarme obstáculos…

Pero me recomendó un lugar estupendo que, además, estaba muy cerquita de la estación de tren donde tenía que tomar el Iryo hacia Madrid. Se llama Taberna La Pechá y tenían una música tan estupenda que no me podía creer que me estuviese encantando, incluso con el calor que hacía (venía de Noruega).

Para llevar casi 48 horas sin dormir yo no salgo tan mal parado en la fotografía que me hice a mí mismo, lo que comúnmente se llama selfie, y que he tenido que voltear horizontalmente pues no tengo bien configurada la cámara frontal de mi teléfono móvil.

Lo primero que hice tras pedirme un vermut fue acompañarla de un pincho de tortilla española porque tenía morriña y porque quería enviarle una fotografía a Isabel León con quien unas horas antes habíamos estado casi salivando conversando sobre este famoso pincho patrio.

Me encantaron, sobremanera, las servilletas que tenían y me acordé de que Ester es una persona a quien aprecio bastante y que me cae genial. Vi que la recomendación había llegado con muy buen ojo y buena intención.

Cash only

Muy sorprendente: Alemania, tierra de gran prosperidad y modernez, sorprendió con la dificultad de abonar casi cualquier cosa con tarjeta de crédito o débito. No es que me molestase, pero sí que fue algo incómodo por no haberlo previsto.

Posiblemente no sea ni siquiera una mala práctica el acostumbrarse a pagar en efectivo para controlar mejor el gasto privado (como una teoría sostiene que tiene por finalidad esta práctica alemana), o reducir comisiones o dependencias bancarias, disminuir los incidentes técnicos o telemáticos, mantener accesible las modalidades de pago para las generaciones que no están acostumbradas a manejar un dinero mucho más virtual que unos billetes (que son también algo virtuales, aunque menos gente sea consciente de ello)… o cualquiera que sea la razón para mantener esta política.

Durante nuestras vacaciones hubimos de hacernos con efectivo estando en aquellas latitudes pues habíamos dado por hecho (mal de males) que funcionaría como en Madrid, donde casi cualquier cantidad de dinero en cualquier lugar imaginable acepta pagos con tarjeta, hasta el punto de que en muchísimas ocasiones no suelo llevar en mi poder más de 5€ de efectivo sin sentir que puede hacerme falta otra cosa.

Por cierto, menos mal que el cartel estaba en inglés, pues no encontramos mucha gente que lo hablase con la fluidez suficiente como para explicarnos por qué.

men’s world

En Dusseldorf encontré este establecimiento que dice que «esa tienda» es un «men’s world«. Me hizo gracia pensar que pudieran pensar que «sólo» esa tienda era un mundo de hombres y no todo el mundo, así, en general.

Por supuesto, me hizo gracia y no me hizo ninguna gracia. Espero que se entienda.

Yo apostillé en mi mente: «men’s world»=»the world».

Un paseo por las nubes

Llegar al Hotel Corzo es, como dice su web, un nuevo concepto de escapada, porque no se escapa solo del mundanal ruido de la ciudad, sino que se llega a un lugar donde el cuidado está en todo pequeño detalle, en cada una de las sonrisas de los y las personas que trabajan este negocio de manera familiar, pero sin perder la calidad de lo que encontraríamos en un hotel de cinco estrellas, o en un restaurante de estrellas Michelín (Sí, comí una vez en uno en Segovia y su nivel no era mucho mayor que esta cocina).

El chef, Gonzalo Quintana Trigo, prepara joyas gastronómicas en una cocina de autor cuya carta tiene unos precios más que razonables (comimos como pocas veces en la vida por unos 70€/dos personas, botella de vino incluida) y una variedad que seguro que seduce a cualquiera.

Y no, no son solo las vistas lo que enamora de este espacio, como sería previsible en un enclave como el Puerto de Navacerrada, sino la atención, la delicadeza, la gentileza, la amabilidad de la familia que ha decidido invertir su trabajo y su saber hacer en relanzar el antiguo Hostal El Corzo, (carpetovetónico en varios sentidos) que ha llenado el nuevo hotel con libros de física, de poesía, de turismo, sí, también de turismo, en un intento de conseguir que, realmente la escapada no sea sólo una forma de huir, sino una forma de llegar, no un lugar en el que consumir, sino un lugar para habitar, para recordar (de cardio, corazón), para volver, volver, volver…

Aunar en un espacio simpatía, tranquilidad, suprema comida y lecturas inteligentes, a un precio más que justo, hacen que te olvides hasta del hecho de que estás en un entorno maravilloso.

Por mi parte, ya estoy ahorrando para repetir ese «nuevo concepto de escapada» al menos una vez al año.

De esas cosas que nunca olvidaré.

Incendio

Así empezaban nuestros tres días de relajación en la sierra madrileña.

Le regalé a Carmen por su cumpleaños (porque le hacía mucha falta) una noche de hotel en un lugar maravilloso llamado Hotel Corzo en el puerto de Navacerrada que incluía restaurante de comida de autor (que satisfizo sobradamente expectativas).

Habíamos llegado al chalet de mis padres (ellos están en su residencia de invierno) el viernes por la noche, a eso de las 11:45. Tomamos una manzanilla y un poleo y nos acostamos con intención de despertarnos temprano al día siguiente y salir hacia Navacerrada antes de que saliese mucha gente y aprovechar la mañana.

A la 1:20 de la madrugada, oíamos ruidos y Carmen preguntaba cuál era el origen de los mismos, así que decidí levantarme para tranquilizarla y asomarme a la puerta a ver, intentando no temer que fuese alguien que quisiese descuartizarnos en mitad de la noche. Iba relajado, suponiendo que algún idiota estaría haciendo ruidos.

Desde la ventana frontal de la planta de abajo de la casa de mis padres en Colmenar, lo que vi era (literalmente) dantesco: Llamas de más de 4 metros de altura que cubrían la totalidad de la valla de la casa.

Inmediatamente, llamé a Carmen para que se vistiese por si teníamos que salir corriendo, o teníamos que ser rescatados por servicios de emergencia.

Carmen preguntó qué pasaba y le dije que había un incendio. Vino a ver(ificar) y entró en pánico, comprensiblemente, por otro lado. Le ordené (me puse un tanto imperativo, en un vano intento de poner orden) que cerrase las ventanas de abajo, mientras yo cerraba las de arriba. Así aproveché para tener una mejor imagen de lo que estaba pasando (desde ahí está hecha la fotografía que acompaña esta entrada en este diario personal) y parecía que el fuego era en la casa de enfrente, no en la nuestra.

Me precipité a llamar al 112, mientras mi querida Carmen lloraba y pedía que llamase a mi hermana. Así que ella la llamó y sobresaltó diciéndole que íbamos a morir, que no podíamos salir de casa… y yo le arrebaté el teléfono para decirle a mi hermana que la cosa no era tan terrible, pero que sí era bastante seria.

En el 112 me dijeron que ya estaban sobre aviso y vinieron en menos de 5 minutos desde que yo llamé. Volví a subir para ver si nos decían algo y realicé la fotografía de la portada.

15 minutos más tarde me atreví a acercarme a la vaya y, teniendo la precaución de no tocar nada metálico (que estaba a altas temperaturas) asomarme a ver la calle.

Abrí la puerta del jardín y pregunté a los bomberos si era seguro estar en la casa y me dijeron que sí. Que era lo más seguro.

Mi hermana estaba en la calle, acercándose lo más que le dejaban, pues habían cortado la misma. La dejaron pasar con la excusa de que sus padres eran muy mayores y estaban asustados en la vivienda. Es cierto que somos personas mayores que ella y seguramente más asustadizos, así que sólo era falso que fuésemos sus padres. 😉

Una vez en la casa, nos fuimos tranquilizando viendo que se podía salir y entrar, así que no íbamos a morir. Pero nos recomendaron cerrar y quedarnos un rato allí.

Así que estuvimos hasta las 3:30 de la mañana intentando bajar las revoluciones y atendiendo a las labores de extinción y precaución.

Nos dijeron que había una fuga de la tubería de gas natural que circula a lo largo de toda la calle pero que no podían cerrarla porque los grifos se habían derretido. Así que tuvieron que llamar a especialistas que cerraron toda la tubería desde más allá de 200 metros.

Ya no teníamos muchas ganas de quedarnos a dormir relajadamente en esa casa, así que nos fuimos con mi hermana y mi cuñado a dormir a la suya.

A la mañana siguiente, ya no teníamos tantas ganas de madrugar como para ir a hacer caminadas por Navacerrada, pero sí nos vino muy bien el relajante hotel que teníamos reservado, para pasar un par de días agradables y como en una nube (pero no de humo).

Pero eso es otra historia…

Algo así como un diario. Texto de 1998.

Viaje al fondo de mi alma.

Lo de «todo empezó» no corresponde pues es probable que sea una historia sin comienzo, más diría yo, sin existencia.

El caso es que después de algún tiempo, Mythreyi y yo decidimos pasar las vacaciones juntos. Ella terminaba su tesis y se iba camino a la India. Yo quería ver a Xabi, Alberto, José Luis… Total que decidimos quedar en Amsterdam el 30, no, el 29, no, ella el 30, yo el 29. Nos pusimos de acuerdo y el 29 por la mañana ambos nos encontrábamos en este aeropuerto de Schiphol (Amsterdam).

Como en otras ocasiones, el primer problema era dónde y cómo besarnos: yo no sabía de su evolución pero estaba aún más confuso de la mía.

Los dos primeros días, aquí en Amsterdam en fiestas, fueron suficientemente aclaratorios: ella, aunque sugiera haber cambiado (especialmente gracias a Jack) sigue siendo la expectante comprometida que no entiende la profundidad de mi individualismo radikal. Igual que para mí es incomprehensible su vinculante concepto de «couple».

Quizá soy un inmaduro: «me la pela».

29 y 30 -> Noches en Amsterdam. Más o menos decido sin decir palabra que no quiero seguir. Soy un cobarde y ya le haría alguna putada a distancia en caso de que no despertase de su inocencia.

El día 1 salimos pronto (12:00 p.m.) hacia Strasburgo a ver a Xabi. También estaba Marta. Me alegré significativamente pues así relajaría mi mente de sus inquisiciones. Unos paseos, unos cafés, unos vinos en L’Alsace… y Marta se fue el domingo y nos quedamos con Xabi quien tuvo la habilidad (le pregunté si incencionada) de poner el dedo en la llaga.

¿Éramos una pareja? ¿queríamos serlo? ¿cómo éramos?

¡Joooder!

Esas preguntas las seguimos haciendo y preguntando con respuestas casi válidas durante la noche fatídica del domingo al lunes. Un largo paseo sin destino físico nos llevó al puerto inevitable de «la ruptura». Yo no creo que estuviésemos rompiendo nada y este era otro de los problemas que quedaron patentes esa noche. Caso simple de incompatibilidad de caracteres.

O: Enamorarse no es programable y yo no estoy enamorado.

Si estuviese enamorado habría puesto más empeño en intentar cambiarlo (o a mí). Sin embargo sólo consideré liberador que ella asumiese la situación como indeseada por ella.

4, 5, 6, 7 en París. Alberto no estuvo mucho con nosotros con lo que no tuvo ocasión (Myth) de atacar otros frentes no sé si con la intención de desentrañar la causa de la incompatibilidad o en otro vano intento de mostrar lo que yo no me puedo creer, que ella se adaptaría a la forma que yo quiera.

¡Pero yo no quiero que Ella se «Adapte»!

Algunas de las conversaciones fueron tan densas y profundas que no sé si estaba descubriendo completamente mi alma o creando la cortina de humo que ella misma iba engordando. Por suerte, al irnos de París se terminaron. La mala suerte fue perder el vuelo Amsterdam-Manchester que nos costó uno de ida Amsterdam-Leeds.

En Leeds, Jamie no era como la había imaginado y lo que había que ver no era mucho pero con Jamie hablando no hay mucho lugar para la reflexión. Esto siguió igual en York y en Liverpool.

La noche que tanto temía de la despedida Manchester-Amsterdam pasó sin pena ni gloria no sé si porque ya estaba todo dicho o porque quedaba demasiado para una noche en un aeropuerto.

Tan sólo los últimos minutos en Amsterdam, con el fin del fin, fueron desgarradores y tristes. Penosos. Demasiada pena para tan poca compasión.

El día 11 ella lloraba contra mi pecho mientras yo pensaba una frase que decir. A veces soy tan vacío que me doy miedo. Salí corriendo para agarrar mi equipaje perdido, un coche a Aachen y a las 12:30 ya estaba allí.

Con José Luis he pasado unos días interesantes en los que hemos conocido un poquito más Maastrich, Lieja, Nimega, Weert (un diminuto pueblo), con vueltas a Aachen a dormir (11, 12, 13) y el 14 a Bruxels con Antonio y Eva. Esos encantadores muchachos de Salitre…

El 15 Breda, Utreche y ¡Amsterdam!

A veces José Luis me desespera. Supongo que es falta de confianza o diferencias en la forma de ser. Lo normal, supongo.

Pero la verdad es que el 15 y 16 sólo quería que se terminasen. Quería volver a Madrid con mis amigas (¿Quiénes?) a hacer lo que más me gusta (¿El qué?).

Haré un intento por responder a estas preguntas cuando llegue dentro de unas horas.

Todo recomenzará con unas llamadas de teléfono… unas respuestas de email… y mañana a trabajar.

¿Cuánto se puede soportar sin ver el sol de la esperanza?

Amsterdam, Schiphol, 17 de mayo de 1998.

Alto talle

Un par de textos recuperados de la basura de los papeles de hace décadas, cuando escribía tan cursi como nunca jamás reconoceré públicamente (salvo en este público diario íntimo que comparto en internet cada mañana):

De fino y alto talle bien ceñido, largas piernas de vaqueros terminadas en agresivas botas que, junto su marrón chaqueta abierta usada, daban ese aspecto duro de quien sabe que no puede no ser mirada.

De colofón un liso negro largo pelo que exigía una caricia mientras le acariciaba la espalda erecta desde el tacón a su erguida cabellera; su pelo que, como vela, da esplendor al buque con el soplo del amigo de marineros y aventureros, besaba sus mejillas y sus labios haciéndome latir, rabiar de envidia admiradora ensimismada hasta rayar la indiscreción que mi mirada clavaba en los espacios que a sus costados dejaban sus dos brazos embutidos con autoridad y firmeza en, de su chaqueta, sus bolsillos.

Y, luego, se fue.

Boulevard de Donostia 12 de marzo de 1995.

Hoy cambiaría palabra por palabra cada uno de los textos de entonces. Aún no había tomado clases de escritura. Me faltaba una lectura sofisticada, compleja, que me hiciese consciente de que la labor de escribir no es sólo juntar palabras pretendidamente bellas y lugares tan comunes como miradas clavadas o arrugas en el alma.

Me cuesta atreverme a no tirar estos papeles sin la exhibición (tienen algo de exhibicionismo estos escritos) pública de los textos en mi diario. Pero me resulta duro escribirlos sin modificación, sin la tachadura que haría hoy en día, tanto ética como estéticamente.

¿Por qué lo hago?

¿Cuándo, cuándo se pierde ese encantador descaro en la mirada, esa transparente expresión de la alegre sonrisa protegida por dientes tan pequeños y aún tan blancos?

Tamara, chica linda de nariz pequeña, sin edad, como toda ella, que pedía ser mirada y mimada y tonteaba como quinceañera coqueta que se sabe bonita y cuán lejos aún están esos años en que tendrá que desprenderse de jóvenes prendados por esa mirada que irá entristeciéndose, con esos ojos que no querrán seguir hurgando en el mundo, avariciosos, con esas manos que se moverán más controladas, la mente más lenta… arrugas en la piel y en el alma, pero hoy sé feliz, que todos cuantos te miremos nos contagiemos un poco de esa envidiable alegría de la inocencia perdida, arrancada por Tamaras de mi vida, de mi recuerdo, casi tan bonitas como tú, casi tan… tan… tan melocotón en flor, piel de canela y ojos cual faros que al caminante arrastraron por senderos de luz en el triste camino de tinieblas.

Sé ese camino, sé esa luz y brilla como hoy aquí en Donosti para iluminarnos y recordarnos que mereció la pena seguir el rastro.

Nota: me atreví a darles una transcripción de estos soliloquios de sobremesa a los tutores que ahora ella necesita estando en él, sin atreverme (su edad pone las cosas mucho más difíciles) a pedirle a la encantadora camarera que me sirviese de correo en lugar de otro café.

Y es que hay cosas que no cambian.

Restaurante Zaguan, Donosti, 31 de Agosto, 28. 12 de abril de 1995

Esto no es una broma