puedo esperar

claro que sí

puedo esperar

no tengo prisa
el restaurante tiene prisa
la compañía del gas tiene prisa
la comunidad de vecinos tiene prisa
el bar tiene prisa
el autobús tiene prisa

el mundo entero tiene prisa

pero puedo esperar
claro que sí

yo puedo

la poesía se hace por amor al arte
el arte no come en restaurantes
el arte nunca tiene frío
el arte vive solo
el arte no disfruta en bares
el arte vuela de sitio en sitio
montado en caballos alados
a los que llama pegasos

claro que sí

puedo
y espero

porque tengo esperanza
tengo esperanza
esperanza
cada vez menor
pero tengo
lo único
que puedo permitirme tener

Bandada de luces blancas

sobre el azul del cielo
en esta eterna inmadurez primaveral
que cubre la ciudad tras cada lluvia
un millar de aves
reflejaban la luz del sol
en todo su espectro electromagnético visible

bolas blancas aladas
en desafío entrópico
acompañaban el despertar selénico
que no cupo en la fotografía

el vidrio duplicado de la ventana
reflejaba el interior de la vivienda
que estaba aislada del frío
que no se puede ver
salvo en la huida
despavorida
de esta migrante bandada

mientras
yo aleteé una tristeza
contra la rama del árbol
en el que las raíces
buscan devorar el mundo

sobre el cielo azul
sobre el azul del cielo
el azul que no está en el cielo
sino que es posesión
de eterna primavera
frígida llama muerta

ciudad
entropía
y un cuarto menguante
en posición ausente
en el margen derecho de la imagen

aleteé
tristeza

mis opiniones

He realizado un libro objeto en encuadernación japonesa de papeles blanco roto, con cubierta blanca, sobre los que he escrito una serie de textos conteniendo información sobre «mis opiniones».

En realidad, se trata de un silencio roto, más que de un blanco roto, se trata de esconderme, de silenciarme otra vez más pues tampoco es que sea preciso que esté dando mis opiniones a todo el mundo todo el rato. Es algo cansado y quizá impositivo, como muy bien sugiere Roland Barthes en su ensayo (o compendio de opiniones) Lo Neutro.

Así que he procedido a escribir unas cuantas «opiniones» todas ellas comenzando con un «mi opinión sobre XXXXX» y terminando con un enigmático «es» que no lleva ni punto final ni puntos suspensivos.

El proceso de escribirlas ha sido lento, manuscrito, por supuesto, con rotulador de gel blanco Uni-ball Signo Broad UM-153 WHITE.

Varios motivos han demorado este proceso: el primero es que los 3 rotuladores que tenía en el estudio (de un trabajo anterior) estaban completamente secos y los intenté recuperar con todas las técnicas conocidas y algunas desconocidas, pero no pudo ser. El segundo motivo es que dado el escaso tiempo que tengo para probar materiales desde que estoy con el proceso de rehabilitación de mi hombro, no encontraba un momento para ir a por nuevos rotuladores, pues no estaba seguro de si querría usar los Uni-Ball de gel blanco o, por el contrario, rotuladores POSCA de punta más fina que los que tenía disponibles. Finalmente me decanté por gel blanco Uni-Ball, no sin antes probarlos.

Otro motivo por el que este libro ha tardado en ver la luz es que requería tiempo de secado largo (entre 2 y 3 minutos) entre cada página y la siguiente, lo que siendo un total de unas 50 páginas (50 opiniones), resultaba en un proceso de paciente paso de más de dos horas.

Aunque en primer lugar realicé un boceto de opiniones (las que iba a escribir y algunas que quedaron en el tintero) con bolígrafo bic sobre papel blanco.

Algo me dice que el libro está aún por terminar, quizá rematar esa encuadernación japonesa con un cierre cruzado o escribir un texto en rojo sobre la portada o, mejor aún, un golpe seco o escritura sin tinta con bolígrafos gastados…

Mal soldado

Recuerdo que antes de la adolescencia, si alguna vez estaba relajadamente apoyado sobre una sola pierna, mi padre me gastaba una broma consistente en que se ponía detrás mío sin que yo me percatase y adelantando su rodilla contra la corva estirada o jarrete provocando su flexión, a lo que sucedía su afirmación: «mal soldado».

Quizá por ello decidí no serlo, así que desde muy temprano supe que no haría esa «mili» que «tanto te formaba como hombre», y que es posible que acabase en prisión por ello, pues en aquellos años era obligatoria. Tuve la suerte o desgracia de ser de los últimos objetores de conciencia antes que pasase a ser voluntaria la labor de soldado, que desde un punto de vista etimológico es el único verdadero nombre de soldado (el que cobra un sueldo).

Curiosamente, hoy he estado leyendo sobre la etimología de la palabra soldado, que tiene que ver con sólido, con holocausto, con soldar, con sueldo…

El campo semántico/etimológico de la partícula ProtoIndoEuropeo del que proceden todas *sol- es:

Griego Latín Castellano
ὁλος
[holos]
todo, entero
holocausto, hologénesis, holografía,
holograma
salus salud, saludo, saludar, salubre
saldare saldar
salvare salvar, salvador,
salvia, salvedad
sollicitus solícito, solicitar
solidus sólido, sueldo,
saldo, soldar, soldado,
consolidar, solidaridad
sollus
(entero)
solemne

Hacer el argentino

Cada mañana me ducho, ahora especialmente porque además el calor del agua sobre mi cuerpo relaja la musculatura de la espalda que ha estado en tensión durante la noche.

Desde que tenemos la nueva y flamante ducha con su plato negro antracita y el grifo de ducha permite el «efecto catarata» tan lujurioso (de lujo), resulta que tengo que terminar el proceso de ducha con un movimiento de pies que escurran en la medida de lo posible la mayor cantidad de agua residual hacia el sumidero pues el plato no tiene la curvatura o la pendiente suficiente para arrastrarla rápidamente tendiendo a la formación de charcos que eventualmente acabarían por desaguar, pero tan despacio que podrían llegar a favorecer el nacimiento de, si no renacuajos, sí algún que otro indeseable hongo.

A ese arrastrar con los pies el agua del suelo es a lo que, hasta ahora, llamaba mentalmente «hacer el argentino«, pues es allí donde vi con frecuencia algo que me parecía insólito y que, sin embargo, no era visto como algo extraño en aquellos lares: baños cuya ducha estaba en el centro de la estancia y bajo la cual había un desagüe, es decir, una «ducha sin fronteras» que inundaba todo a su alrededor cada vez que alguien se daba una ducha. Así que tras estar completamente limpito tenías que estar un rato «limpiando» el desaguisado que se había formado al limpiarse.

Ahora, tras las votaciones de las últimas elecciones presidenciales en aquel país de mis entretelas, ese «hacer el argentino» ha cobrado un significado mucho más sombrío, diría. Espero que el futuro depare nuevos usos para esa expresión.

Nota: Antes de estar en Argentina jamás me había parado a pensar que el único país al que se le ocurre poner el interruptor de la luz de un cuarto como el baño es España, costumbre que alguna amiga mía llamaba «gallegada«. 😉

Fuego o señales de humo

Ayer por la mañana nos asustamos bastante al ver desde la ventana de nuestra habitación al levantarnos esta escena que auspiciaba un infierno bajo la misma.

Carmen no veía, desde otra de nuestras ventanas, el reloj de Telefónica que solemos poder usar a modo de reloj de pared y pensó que había una niebla muy rara que lo opacaba todo. Así que se acercó a la de nuestro dormitorio y se asustó (no era para menos) ante la dantesca humareda que escapaba de un par de chimeneas justo frente a nosotros.

El cielo se teñía de gris cada vez más oscuro y llamó al 112 a informar de la situación, pero nos dijeron que ya estaban avisados y que pronto llegaría la asistencia precisa.

Habíamos pensado pasar una agradable mañana en casa: ella estudiando inglés y yo leyendo una novela de Francis Picabia, pero no podíamos concentrarnos, así que decidimos irnos y que pasase lo que tuviera que pasar.

Al salir al portal apenas nos dejaron salir, pues ya estaba inundada de policía y dos camiones de bomberos que parecían confirmar nuestros augurios. Efectivamente, parece ser que el incendio se había provocado (iniciado) en la cocina del restaurante que tenemos justo delante de la puerta de nuestro edificio.

Agradecí inmensamente no vivir en un bonito barrio de casas de madera.

El día, después, fue muy bonito y al volver a casa después de comer un menú del día con cocido completo por 12€ (en uno de los pocos lugares cuyo precio no se ha disparado por encima de los 15€), parecía que no hubiera sucedido nada y tan solo si te acercabas a las ventanas a nivel del suelo que tiene el local, antiguo lupanar de los que abundaban en la zona hace tan solo una década, podías apreciar los destrozos que el fuego había producido en el restaurante al que cada vez íbamos menos y, a partir de ahora, casi seguro que no iremos más.

Me dio por pensar (sin demasiados datos, así que es pura especulación) que las condiciones en las que muchos locales están funcionando en esta Comunidad donde la hostelería es intocable puede no ayudar a la seguridad de los mismos, por más que generen movimiento económico. Así que habrá, de cuando en cuando, quien muera rico.

Daños colaterales

Te duele un hombro
y ese dolor despierta
dolor del cuello por las posturas del sueño.

Te duele la garganta
y ese dolor despierta
dolor del pecho por la sequedad.

Te duele un pie
y ese dolor despierta
dolor de las lumbares por correcciones al caminar.

Te duele el estómago
y ese dolor despierta
dolor del ano por la deposición.

Te duele la vida
y ese dolor despierta
dolor del alma por no hallarse en tu cuerpo.

Esto no es una broma