Amazon Music y La Polla Records

Me dice la compañía de venta por catálogo más grande del mundo (con permiso de alicosas) que quiere ofrecerme su servicio de música por subscripción y que aún no he utilizado ese servicio suyo (otros sí, lo reconozco con algo de vergüenza).

Para que lo use (sé que saca información personal que luego venderá) me «regala» 5€ en descuentos.

Y no estoy para despreciar 5€. Es triste. Patético.

Así que me aventuro a usarla, sabiendo que en cuanto me «regalen» esos 5€, volveré a seguir usando mi cuenta de Spotify, que dejó de ser de pago para no pagar 5€/mes que no puedo permitirme, pues el incremento de gastos fijos es inaceptable.

Para realizar un pequeño (absolutamente insignificante) acto de rebeldía, he buscado y «sintonizado» algo punky, pero me queda más que patente que «punk’s not dead»

¿Puede un poeta escribir sobre Ana Rosa?

No soy un experto en «celebritys» ni en el mundo de la farándula televisiva, pero creo recordar que hay un programa llamado «El programa de Ana Rosa», que es conducido por una tal Ana Rosa Quintana (me niego a buscar estas cosas en Internet, así que asumo que estaré en lo cierto).

Hoy, mientras desayunaba con mi amigo, propietario de la librería que más me gusta de Madrid, MenosDiez, me he encontrado mirando esta pared que sostenía algunas de las lecturas menos apasionantes que conozco, pero me ha sorprendido su titular:

ANA ROSA, su día a día antes de su …

y me ha dado por acordarme de otro amigo, mi muy querido Adolfo Álvarez, que trabaja al otro lado de estas cosas que, habitualmente, me espantan. Él me invitó hace décadas a una mesa redonda sobre la trascendencia en el sector de una producción como Gran Hermano, a la que acudí en calidad de poeta y tras la que escribí un artículo titulado «Los verdaderos protagonistas del Gran Hermano».

Lo que me ha sorprendido de este titular es pensar que Ana Rosa, que habitualmente está explotando la información similar a la que invita a leer el Diez Minutos, es el objeto explotado. Su vida expuesta (seguramente con su propia aquiescencia, por supuesto) pasa a ser el motivo y no el sujeto que expone la de otras personas, como esa tal I. Pantoja, que no creo que tenga un programa en el que ejercer de sujeto activo.

Mientras escribo esto pienso en Bertín Osborne, que pasa también de un lado al otro de un espejo que, quizá, solo yo creo que existe y hace tiempo que puede que no exista. ¿Es esto un cambio de paradigma en este tipo de, llamémosla, información?

Dejo aquí el texto que escribí a finales del año 2000, sí, hace la friolera de 22 años:

Los verdaderos protagonistas del Gran Hermano.

Muchos han seguido desde el primer día este producto televisivo que está llamado a ser un punto de inflexión en lo que se viene a denominar mass media. Otros, se han unido después motivados por las innumerables discusiones y polémicas suscitadas, incluyendo: análisis de mercados, estudio de cliente que, cada vez más, es usuario, enfocados desde distintos puntos de vista como lo psicológico, social, económico, cultural, etcétera.

Hace un par de semanas, fui invitado a uno de estos debates organizado por profesionales del sector y me llamaron la atención algunos de los puntos tratados.

Se habló de la tendencia a una televisión más interactiva, más bilateral, en la que la participación del espectador afecte más al resultado, al tiempo, evidentemente, que este muestra más información sobre su propia y privada personalidad. Hablándose de Internet y nuevas tecnologías, se examinaron temas como la disponibilidad en varios canales simultáneos y complementarios las 24 horas del día con lo que el consumo de este tipo de productos puede aumentarse al máximo.

A nadie se le escapa que, ante estos dos retos, una Internet redimensionada, global y omnipresente, verdaderamente portátil, basada en UMTS, resulta ser sin lugar a dudas, la solución. Estamos hablando de lo que se conoce actualmente con el nombre de telefonía de tercera generación.

Ahora bien, sumemos a estos dispositivos un GPS (sistemas eficientes para localización geográfica), un gestor de contenidos que permita una eficaz personalización de la información, una sectorización altamente detallada de la población y unas leyes orgánicas de protección de datos poco o nada divulgadas y de un hermetismo casi absoluto.

Todo este cóctel más o menos ininteligible es el sueño dorado, la panacea, de un buen profesional del marketing directo.

De otros usos que se puede hacer de esta hábil herramienta de control de usuarios-clientes-personas, mejor no hablar pero cualquiera puede imaginar lo que supondría la utilización por parte de un criminal de esta información.
A su vez, también resulta un arma muy firme en manos de un poder ejecutivo que ningún gobierno totalitario en el mundo hubiese codiciado tener a su alcance.

Por otro lado, hace ya tiempo que en las calles de Madrid existen cámaras rodando las 24 horas al día nuestro comportamiento y no sólo el del vándalo manifestante que se regodea destruyendo una farola. Se están aprobando leyes que permiten grabar y analizar el contenido de todas nuestras comunicaciones, tanto de voz como de datos y no sólo los accesos a web del pedófilo de turno.
Es conocido hasta por las películas de serie B que la telefonía celular permite de modo simple su intercepción por parte de terceras partes sin la aprobación ni conocimiento de los interlocutores. El FBI ya ha instalado su controvertido software Carnivore, creado explícitamente para inspeccionar nuestra correspondencia electrónica privada.

En resumen, no estoy hablando de una novela de Orwell, estamos siendo observados, localizados, todas nuestras comunicaciones son espiadas, son conocidos todos nuestros datos, gustos, tendencias políticas, religiosas, sexuales, culturales, somos, en definitiva, los verdaderos protagonistas del Gran Hermano, pero nadie nos ha preguntado si queríamos serlo, no está levantando debates de ningún tipo, los mass media no parecen considerarlo noticia, no nos van a pagar nada por ello y, sobre todo, esto no termina cuando termina una serie de televisión.

Dedicado a mi amigo
Adolfo Álvarez de Telecinco.

Giusseppe, M-20001127

Ahora tengo un móvil en el bolsillo que ha hecho que esta distopía que narraba en el artículo no sea sino una pequeña muestra de lo que llegó… y de lo que está por llegar ya prefiero no hablar.

Euroconector cuando no hay casi ni Europa

Intento vender de segunda mano (aunque sin usar que yo recuerde) un euroconector de 3 metros de longitud, que guardaba como oro en paño, por si algún día (que nunca ha llegado) lo necesitaba.

Me hace gracia pensar cómo puede llamarse euroconector, como si fuese algo que sirviese para conectar Europa, esta misma que acaba de debatirse entre fraccionarse definitivamente o seguir fraccionándose poco a poco, como hasta ahora.

En otro tiempo se hubiera llamado conector atómico, quizá. Puede que este nombre plausible vuelva a estar de moda como algo «deseable». ¡Qué triste!

Cableado obsoleto

Algo se nos está quedando obsoleto en la casa y es el cableado.

Hace años, cuando hicimos obras para tener paredes, dispuse varias canaletas técnicas que conducían el cableado (audio en RCA y vídeo en VGA) desde los equipos informáticos en la sala pequeña hasta el salón, junto a la cocina, recorriendo unos 15 metros de pared en escuadra hasta alcanzar ya fuera el proyector o el amplificador y la televisión sobre un mueble que contiene un canalón interno y «secreto» por donde circula la maraña más o menos organizada de cables.

No obstante, se nos está quedando obsoleto, pues apenas tiene cableado HDMI (tan sólo una conexión desde un PC a la TV del salón usando el conducto del mueble). En cuanto al audio es más o menos aceptable la conexión RCA que tienen varios puntos de la casa, pero hay varios dispositivos susceptibles de desaparecer en algún tipo de venta de segunda mano (dos DVDs, un lector de CDs, en incluso un viejo reproductor y grabador de vídeos VHS pues ya no los usamos nunca y lo único que hacen es obligar a tener un cableado sobredimensionado.

Recientemente hemos adquirido un proyector para sustituir el viejo que compramos hace 2 décadas de segunda mano ya entonces y no soporta entrada VGA, lógicamente, así que necesitaríamos una conexión HDMI en ese punto, pero en realidad ni siquiera, puesto que lo usamos conectando un Chromecast y lanzando órdenes vía WiFi de reproducción de alguna plataforma de streaming.

En resumen, la mayoría de las conexiones serán inalámbricas, así que los «alambres» que tenemos se han quedado obsoletos almacenando pelusas sin parar. Hasta esta semana santa, que dedicaré algunos días a liberar espacio de nuestra casa, por si nos vemos «obligados» a emigrar.

El problema de las cookies

Mi amiga Carla Vigara, gran humorista del mundo mundial, en absoluto gilipollas a pesar de su insistencia, ha publicado el otro día este texto sobre las cookies en una red social:

Hoy, en «Los problemas del primer mundo», vengo a comentar mi indignación ante las famosas cookies. Esos textos que aparecen en sitios web y que están ahí para que dichos sitios registren información sobre ti, para venderte hasta a tu madre y que vuelvas repetidamente a estos mismos sitios.

Mi política de cookies había sido aceptar todo y a correr. Hasta hace poco. Que me dio por rechazar todo y a correr. O rechazar hasta donde me dejan rechazar, porque hay unas «cookies necesarias» que te las vas a comer sí o sí. Quizá por eso las llamaron «cookies». PORQUE TE LAS COMES.

Total. Que mi indignación viene de que, como en tantas otras cosas, utilizan la política del hastío, del hartazgo, de la desesperación. Porque tú rechazas. Y rechazas. Y esta no y esta tampoco. Todo no, menos las «necesarias». Pero si vuelves ahí, sorpresa: tienes que volver a rechazarlo todo otra vez. De una en una. Ninguno de estos sitios web guarda, pese a haberle dado a un botón que pone «guardar y cerrar» y pese a que estás accediendo desde el mismo dispositivo, tu configuración de «idos, por favor, a freír espárragos».

Curiosamente, sí guardan la configuración si lo aceptas todo. Te comes TODAS las cookies y engordas para morir cayendo en la manipulación, que es lo que harán con «el registro» de tu visita.

De momento me coge con ganas así que voy a seguir rechazando. Dijo ella, mientras publicaba en una red social.

A lo que un amigo le ha respondido cordialmente, con información bastante acertada:

Un sitio web no puede guardar que has rechazado las cookies si no se lo permites… No es una trampa. Es que no puede.

Mi amiga, que es mucho menos ignorante de lo que ella afirma, le pregunta o comenta lo siguiente:

Soy una ignorante en esta como en tantas otras cosas, pero si tú guardas la configuración de las que aceptas y las que rechazas porque hay un botón para ello, ¿qué es? ¿Guardar para este ratito y no preguntarte en dos minutos otra vez si no sales de aquí? No entiendo que exista este botón si no vas a guardar, efectivamente, las preferencias de cookies. Pero insisto. Ni pajolera idea.

No he podido por menos que lanzarme a responder hablándole de cómo funcionan las cookies, ese pequeño engendro del «demoño», con el que nos controlan, haciendo no veladas referencias a mi querida película de Amanece que no es poco, que tanto ella como yo veneramos:

Como dice tu amigo, para que un sitio web guarde tu decisión sobre las cookies o cualquier otra información, ha de usar cookies, pero como le has dicho que no guarde cookies, pues no puede guardar tu decisión sobre las cookies, así que te seguirá preguntando en un bucle divertido e infinito si quieres que guarde tu decisión sobre las cookies, pero la única forma que tiene de hacerte caso por siempre jamás es que aceptes las cookies, información que la web guardará en una cookie (en tu dispositivo, por otro lado, así que no lo guarda, lo guardas tú), pero por otro lado, el hecho de una web que te pregunte si quieres que guarde tu decisión sobre las cookies en realidad te dice que no tiene ni idea de qué hacer, lo que viene a significar que no tiene una cookie tuya (o suya) que le diga nada, o sea, que es la mejor señal de las posibles. Pero todo esto es mucho más divertido de lo que puedo llegar a explicar. ¿Acaso hay cookies de chocolate? ¿de jengibre? ¿Por qué las cookies se llaman cookies, es porque te las comes, como tú crees o es porque te las dan, a modo de «hostias» más o menos consagradas? ¿En qué idioma hablan las cookies? ¿Tienen pelo las cookies? ¿envejencen las cookies? ¿Les duele algo? El honor de las cookies, la pauta completa de cookies… ay… ¿Son las cookies las nuevas ingles? … [Por favor, déjame usar tu texto y mi respuesta para un viejo proyecto cuyo reinicio ha despertado]

Y ahora estoy deseando lanzarme a terminar ese proyecto de cookies, una aplicación web que ofrezca una y otra vez aceptar todas las cookies de todas las web del mundo mundial y que no pueda hacerlo, lo diga, pero insista, en un bucle infinito de aceptación de todas las cookies de las web del mundo mundial, en realidad, en un ejercicio de sumisión absoluta y absolutamente imposible.

Otro de esos proyectos absurdos de poesía programable que tanto me divierten.

Particiones del PC de mi estudio

Tengo 2 discos duros internos (SSD/SATA) en el PC pues hace unos meses el que tenía me dio problemas, que era para instalar el sistema operativo y aprovechar la velocidad de acceso que se supone que da sobre los discos mecánicos (HDD).

El equipo se quedaba parado en el reconocimiento de discos, antes de iniciar el sistema operativo, y en esa pantalla negra triste me dejaba absolutamente indefenso y sin muchas pistas de cuál podría ser la causa.

Después de pensar en adquirir un nuevo PC, incluso, lo que no me hacía mucha gracia, encontré una posible razón basada en un problema en el sector de arranque del disco que tenía, así que probé a comprar un disco interno SSD (también de 240Gb, como el existente) e instalar, aprovechando la coyuntura, una versión más reciente de Linux Mint, en concreto la 20.3, frente a la 19.3 que tenía (y aún tengo) en el otro disco.

Cambié los discos de sitio (y los cables SATA, por si eran el problema, que también podía ser) y probé con la nueva instalación y todo funcionó. Desde entonces, mi ordenador arranca sin problemas, pero había quedado un poco «desordenado», pues las particiones estaban dimensionadas como si el disco nuevo solo sirviese para el sistema operativo y una enorme partición /home que apenas contenía nada en ella.

Hoy he estado haciendo cambios, con todo el miedo que eso conlleva (pero es viernes y tengo margen de maniobra), sabiendo que tengo backups por todas partes (jejeje), para tener en el disco primero (sda) el sistema operativo principal (Mint20), así como la partición /home a la que le he reducido el tamaño pues tan sólo utilizada 13Gb para migrar desde el disco sengundo (sdb) una partición que dedico a máquinas virtuales (/media/vmachines). He dejado más de 80Gb sin asignar, porque nunca se sabe… (viejas costumbres de viejo administrador de viejos sistemas).

Eso me ha dejado un disco segundo (sdb) mucho más «limpio» con tan sólo 2 particiones, la del viejo sistema operativo Linux Mint 19.3 (que próximamente borraré, si lo preciso) y una partición /users (/dev/sdb5) que contiene lo que más me importa: dos carpetas con ./giusseppe (para algunos documentos, correo electrónico POP3, algunas imágenes…) y mi carpeta principal ./jmdomin que cada día ocupa más… y me parece un buen síntoma.

Esta es mi carpeta de trabajo y llevo décadas teniéndola organizada y sabiendo lo que ocupa. Hace tiempo que ha excedido los 128Gb y uno de los dispositivos (un pendrive llamado «minijmdomin») que utilizaba para sincronizarla ya no me sirve. Pero es uno entre más de 6 discos… así que puedo relajarme.

De esta carpeta hago copias de seguridad tanto en la nube (Mega) como en otros discos con herramientas de desarrollo propias de las que me fío y ejecuto cuando lo deseo o planificadamente.

Tengo un disco externo de 1Tb (GSPDISK1T) en el que almaceno aquello cuya velocidad de acceso de lectoescritura me resulta menos importante. Por supuesto, amén de las copias de seguridad de carpetas importantes o de mi blog.

19 metros de cable VGA

19 metros de cable VGA
recorren nuestra casa
y me he quedado corto.

19 metros de cable VGA
para llevar señales de vídeo
(de ahí la V)
hasta un proyector que ya no existe.

19 metros de cable VGA
que unen un ordenador
(que nunca ordena)
con una pantalla de televisión.

19 metros de cable VGA
encerrados en una canaleta
soga alrededor de nuestro sofá
donde nos sentamos
cada ciertas horas
a disfrutar de caricias bajo unas mantas
mientras vemos
(de ahí la V)
una serie que nos gusta
o que no nos gusta mucho
en un dispositivo
conectado a algún emisor de imágenes
por HDMI
que hace que el viejo VGA
(de ahí la V)
sea un montón de cableado obsoleto
como yo.

Aprendiendo a sobreimprimir con Scribus

En la edición del libro Paraguas, que estoy a punto de recibir de la imprenta, he tenido nuevos retos editoriales que voy aprendiendo a solventar como buenamente puedo, siempre teniendo en cuenta que trabajar con Scribus (software libre) sobre Linux, es más complejo que con las herramientas con las que habitualmente se hacen estas tareas, que son parte del mundo Mac(OS).

Esta vez, para que quedase el texto negro sobre una capa de color gris cálido de fondo, hube de conseguir que quedase en «sobreimpresión», que parece ser que se consigue con una capa a la que se aplica un modo de fusión que he deducido que es «multiplicar».

Tengo ganas de tener el libro en mis manos y ver cómo han quedado los colores de las fotografías al convertirlas en CMYK. Es un libro complejo, pero tengo que seguir aprendiendo. Siempre aprendiendo. Nunca sabiendo. Ains…

No dejo que los algoritmos simplifiquen mi vida

No tiene la menor importancia (como casi todo lo que me afecta), pero hace unos días tuve una conversación con un sobrino de Carmen sobre por qué no dejo que los algoritmos simplifiquen mi vida.

Es cierto que no estoy libre de ellos, y si creo lo contrario mi ingenuidad no tendría límites, pero me gusta mantener ciertos hábitos que considero saludables de esfuerzo en la búsqueda, pues resulta interesante interesarse y no dejar que me resuelvan la vida.

Quizá las listas sugeridas de Spotify sean mucho más de mi agrado que buscar por mi cuenta los artistas que me interesan y seleccionar «manualmente» el «vinilo» que quiero que suene, en lugar de «abrir mi mente» a las sorpresas que el algoritmo pueda tener preparadas para mí, para mis gustos que conoce con absoluta precisión, mucho mejor de lo que yo pueda llegar a conocer.

Quizá gracias al algoritmo descubra otra manera de escuchar música, otras músicas, pero con una nueva metodología de hallazgo.

Y es que este es el quiz de la questión, que no quiero hallar, sino buscar, quiero equivocarme, quiero cometer errores, quiero ser humano (pero no transhumano) y es que, quizá, me estoy quedando obsoleto.

Intentando recuperar un miniportatil olvidado

Tenemos por casa un viejo (muy viejo, de más de 12 años) miniportátil Toshiba NB100 que tenemos puesto a la venta en Wallapop, pero por el que nadie da nada de nada…

No obstante, con un linux ligero instalado (Lubuntu 18.04, con soporte (LTS) hasta 2023) funciona para un montón de cosas básicas, como navegar por internet o ver alguna película usando VLC Player, etc, etc… Carmen, de hecho, lo ha estado usando hasta justo antes de una pandemia para musicalizar en algunas de sus prácticas de Tango menores, que no requerían mucho ajetreo de programas sofisticados para una TangoDJ como ella.

Hoy he visto un vídeo de un chico que recuperaba (mejoraba, en realidad) con una memoria de 2Gb un equipo parecido, añadiendo además un disco SSD y me ha dado por recordar que teníamos ese tipo de memorias extirpadas de un portátil HP Pavilion que me salió bastante mal y acabé descuartizando y despiezando. Así que lo he abierto precipitadamente (quería irme o venirme al estudio a trabajar en otro tipo de cosas editoriales) y le he sustituido la memoria de 1Gb que trae por una d 2Gb (ambas DDR2) pero tras hacerlo el portátil no arrancaba. Lo dejé inconcluso, aunque cerrado, para ver si exploro otras posibilidades este fin de semana, pero siempre pensando que es una tarea absurda esta vocación anticonsumista en un mundo que ignora que la obsolescencia programada no está injerta en los dispositivos sino en nuestros hábitos.

Esto no es una broma