En el año 2020 vivimos una situación de excepcional aislamiento debido a una pandemia (mundial va incluido en pan-) que obligó a que la mayoría de los restaurantes, bares y otras empresas de servicios varios, comenzasen a utilizar códigos QR (códigos BIDI, también llamados), con el propósito de minimizar el contacto físico con la materia. Yo ya había usado poéticamente estas imágenes misteriosas en otras ocasiones, pero parecían el juguete perfecto para el verano de semejante año.
Cada curso de los Talleres de Poesía y Escritura Creativa de la Asociación Cultural Clave 53, los termino desde el 2008 editando un libro colectivo con material que cada asistente decide hacer público, generando antologías heterogéneas y sin otro criterio de selección que no sea el personal. Suele ser bastante exigente, al contrario de lo que se pueda pensar.
Desde marzo de 2020 estuvimos confinados en nuestros respectivos domicilios pero la poesía siguió andando y compilamos el correspondiente libro con 25 poetas y lo titulamos Amapolas desde el balcón.
Título que hace referencia a unas amapolas que surgieron en las circunstancias más adversas posibles, en tiempos que dicen erróneamente no ser buenos para la lírica, amapolas que resisten los vapores sulfurosos de un cráter, que se erigen en emblema de esperanza que arrojar desde el balcón con la más cálida de las intenciones: poner poesía en periodo prosaico y estadístico.
Con motivo de esas amapolas, edité un libro de portada blanca sobre rojo, de tacto amable, cubriendo un papel munken ahuesado con letras sans-serif amplias y de generosa hechura. Se imprimió a lo largo del mes de julio y la presentación idealmente programada para septiembre no pudo realizarse por motivos de aforos tan reducidos, como por responsabilidad para no convocar a multitudes a compartir espacios y contagios.
Durante el mes de julio ideé la travesura de solicitar una tirada de 25 sellos con validez legal en Correos, personalizados con la cubierta del libro Amapolas desde el balcón, y decidí que la mejor manera de agradecer a las personas que habían participado en el mismo (y a otras cuantas que no lo habían hecho de forma directa, pero sí indirecta) era enviándoles un código QR personalizado con su nombre, editado para la ocasión. Por no simplificar, lo hice a través de un envío de código QR que les remitiese a una página personal desde la que, amén de descargarse su personal código, se les proponía remitirme un poema.
Gran parte del proceso se realizó mediante la programación de unos comandos linux que creaban tanto los QR con las direcciones (en formato vectorial y en PNG) como los QR con los nombres, así como las páginas web personales copiando una plantilla que se modificaba para cada persona destinataria con la información disponible en un archivo.
Tener que escanear un QR (con la dirección web) que te lleve a un lugar en el que hay otro segundo QR que escanear es algo incómodo, pero no imposible y me consta que la mayoría de las personas pudieron hacerlo. Ese segundo código contenía el nombre de la persona destinataria y había sido retocado "manualmente" fabricando una imagen única y personal (de persona).
Para enviar los QR con la dirección web, los imprimí sobre papel cortado de una edición de Las Flores del Mal de Charles Baudelaire amarillenta y muy mal traducida. Fue de los trabajos más arduos de este divertido (diverso) proyecto debido a que atascaban constantemente la impresora y no contenían más información que el QR así que si había error tenía que saber cuál era el nombre que no se había impreso y volver a repetir la operación.
Esas flores del mal con los QR fueron ensobradas y selladas con aquellas amapolas. Enviadas a las direcciones postales de las personas participantes en la propuesta. Ya sólo tocaba esperar respuestas.